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Ilustración realizada por Ángel Moreno Morales |
Érase
una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un
día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra.
Pero
esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte
y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado,
el criado volvió a la casa del mercader,
—Amo
-le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy
lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
—Pero,
¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
—Porque
he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El
mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la
esperanza de estar esa noche en Ispahán.
El
caballo era fuerte y rápido, y, como esperaba, el criado llegó a Ispahán con
las primeras estrellas. Comenzó a llamar de casa en casa, pidiendo amparo.
—Estoy
escapando de la Muerte y os pido asilo -decía a los que le escuchaban.
Pero
aquella gente se atemorizaba al oír mencionar a la Muerte y le cerraban las
puertas.
El
criado recorrió durante tres, cuatro, cinco horas las calles de Ispahán,
llamando a las puertas y fatigándose en vano. Poco antes del amanecer llegó a
la casa de un hombre qu se llamaba Kalbum Dahabin.
La
Muerte me ha hecho un gesto de amenaza esta mañana, en el mercado de Bagdad, y
vengo huyendo de allí. Te lo ruego, dame refugio.
—Si
la Muerte te ha amenazado en Bagdad -le dijo Kalbum Dahabin-, no se habrá
quedado allí. Te ha seguido a Ispahán, tenlo por seguro. Estará ya dentro de
nuestras murallas, porque la noche toca a su fin.
—Entonces,
¡estoy perdido! -exclamó el criado.
—No
desesperes todavía -contestó Kalbum-. Si puedes seguir vivo hasta que salga el
sol, te habrás salvado. Si la Muerte ha decidido llevarte esta noche y no
consigue su propósito, nunca más podrá arrebatarte. Esa es la ley.
—Pero
¿qué debo hacer? -preguntó el criado.
—Vamos
cuanto antes a la tienda que tengo en la plaza -le ordenó Kalbum, cerrando tras
de sí la puerta de la casa.
Mientras
tanto, la Muerte se acercaba a las puertas de la muralla de Ispahán. El cielo
de la ciudad comenzaba a clarear.
“La
aurora llegará de un momento a otro -pensó-. Tengo que darme prisa. De lo
contrario, perderé al criado.”
Entró
por fin a Ispahán, y husmeó entre los miles de olores de la ciudad buscando el
del criado que había huido de Bagdad. Enseguida descubrió su escondite: se
hallaba en la tienda de Kalbum Dahabin. Un instante después, ya corría hacia el
lugar.
En
el horizonte empezó a levantarse una débil neblina. El sol comenzaba a
adueñarse del mundo.
La
Muerte llegó a la tienda de Kalbum. Abrió la puerta de golpe y... sus ojos se
llenaron de desconcierto. Porque en aquella tienda no vio a un solo criado,
sino a cinco, siete, diez criados iguales al que buscaba.
Miró
de soslayo hacia la ventana. Los primeros rayos del sol brillaban ya en la
cortina blanca. ¿Qué sucedía allí? ¿Por qué había tantos criados en la tienda?
No
le quedaba tiempo para averiguaciones. Agarró a uno de los criados que estaba
en la sala y salió a la calle. La luz inundaba todo el cielo.
Aquel
día, el vecino que vivía frente a la tienda de la plaza anduvo furioso y
maldiciendo.
—Esta
mañana -decía- cuando me he levantado de la cama y he mirado por la ventana, he
visto a un ladrón que huía con un espejo bajo el brazo. ¡Maldito sea mil veces!
¡Debía haber dejado en paz a un hombre tan bueno como Kalbum Dahabin, el
fabricante de espejos!
Bernardo
Atxaga, Obabakoak
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