Todo el mundo
es consciente de que intentar saber si un libro nos gustará leyendo la reseña
que suele aparecer en la contraportada es como intentar entender porqué a
alguien le gusta otra persona viendo la foto de su DNI, una tarea imposible. De
un libro no es la historia lo interesante, sino la música con la que nos la
cuentan: hay muchas historias de amor, pero sólo una es Romeo y Julieta. Por eso mucha gente, a la hora de escoger una
lectura pregunta a sus amigas y amigos, buscando asegurarse de que esa música,
cuente la historia que cuente, les emocionará. Y ¿quién no ha abierto un libro
para leer las primeras palabras y saber así si la magia se producirá? Suele ser
otro método infalible. De hecho hay comienzos de novelas que son tan famosos
como la obra en sí:
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los
tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las
creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la
primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos,
pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos
por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la
actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que
se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en grado
superlativo»."
El comienzo de Historia de dos ciudades que Charles Dickens escribió en 1859 y que nos
traslada a la Francia del siglo XVIII aparece en todas las listas. Nos parece oír
una voz profunda recitando esas primeras frases como descorriendo una pesada
cortina tras la cual seguro que descubriremos una historia de las que se recuerdan durante mucho tiempo.
También el Premio Nobel, Gabriel García Márquez, arrancó su obra más famosa, Cien años de soledad, con una imagen de tal potencia que costaba dejar de seguir leyendo. ¿Cómo no imaginarse a ese Melquiades y su verbo poderoso convirtiendo el mundo en un lugar habitado por la magia?
Macondo |
Un siglo antes un libro nos había descubierto el mar, no el
domesticado que llega a nuestras playas, sino el oscuro océano del que surgió Moby Dick. Lo conocimos gracias a la
pluma de Herman Melville, pero sobre todo a través de los ojos de Ismael.
“Llamadme Ismael. Hace unos años – no
importa exactamente cuántos –teniendo poco o ningún dinero en mi bolsa y nada
especial que me interesara en tierra, pensé navegar un poco y ver la parte
acuática del mundo . Es una manera que tengo de ahuyentar el hastío y regular
la circulación. Siempre que se me empieza a mal torcer la boca; siempre que en
mi alma es un desolado y lloviznoso noviembre; siempre que me descubro a mí
mismo deteniéndome involuntariamente ante las funerarias y yendo a la cola de
todos los entierros con los que me tropiezo; y en especial, siempre que mi
neurastenia me ataca de tal modo que se requiere un fuerte principio moral para
evitar que intencionadamente salte a la calle y metódicamente le tire a la
gente el sombrero…entonces es cuando considero que ha llegado el momento
apropiado para hacerme a la mar lo antes posible. Este es mi sustitutivo de la
bala y la pistola […] Aunque ni se den cuenta, casi todos los hombres a su
modo, albergan poco más o menos los mismos sentimientos hacia el océano que yo.”
La novela negra, en la que detectives y asesinos se
encuentran en su salsa, suele tener comienzos impactantes, pero todos
aprendieron de Raymond Chandler y de El
largo adiós:
“La
primera vez que posé mis ojos en Terry Lennox, éste estaba borracho, en un
Rolls Royce Silver Wraith frente a la terraza de The Dancers.
El
encargado de la plaza de estacionamiento había sacado el auto y seguía
manteniendo la puerta abierta, por que el pie izquierdo de Terry Lennox colgaba
afuera como si se hubiera olvidado que lo tenía. El rostro de Terry Lennox era
juvenil, pero su cabello blanco como la nieve.
Por sus
ojos se podía ver que le habían hecho cirugía estética hasta la raíz de los
cabellos, pero, por lo demás, se parecía a cualquier joven simpático en traje
de etiqueta, que ha gastado demasiado dinero en uno de esos establecimientos
que sólo existen con ese fin y para ningún otro.
Junto a
él había una muchacha. El tono rojo profundo de su cabello era encantador;
asomaba a sus labios una lejana sonrisa y sobre los hombros llevaba un visón
azul que casi lograba que el Rolls Royce pareciera un auto cualquiera. Pero no
lo conseguía enteramente; nada hay que pueda lograrlo”
Bueno y no podemos acabar sin citar el comienzo de novela
más famoso del mundo, el que en más lenguas se ha leído, y disfrutado
“En un lugar
de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía
un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor.”
Bueno esta es
mi selección, por si os anima a seguir leyendo. ¿Y la vuestra?
Alejandro Albaladejo del Castillo
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